Mi hija es mayor y estrena cama. ¡A ver si duerme!

Mi hija es mayor y estrena cama. ¡A ver si duerme!

Vilma Medina, Periodista, MA
En este artículo
  1. Cambio de la cuna a la cama

Me comenta una amiga que ahora, su hija Sara, de dos añitos, estrena cama. Es habitual cuando los niños alcanzan esta edad que nosotros, los padres, utilicemos esta etapa como una buena excusa para que les cambiemos de la cuna a la cama. Muchos de nosotros lo hacemos con la esperanza de que el pequeño suba más un escalón en las etapas de su desarrollo, sintiendo que está haciendo algo de "mayores", y que de ahora en adelante ya no es un bebé y que por lo tanto debe estar más comprometido a dormirse solo ¿Cómo conseguirlo?

Cambio de la cuna a la cama

Cuando los niños pasan de la cuna a la cama

Son muchos los padres que no saben más qué hacer para que sus hijos se duerman solos en su cama y en su habitación, y si posible toda la noche. ¿Sería mucho pedir? Les animan de todas formas, diciéndoles "¡Qué mayor eres! ¡Ya no eres un bebé! ¡Mira qué cama de mayores tan bonita!" o ¡En una cama así sólo se puede tener bellos sueños! Hay padres que compran una bonita sábana para estrenar la cama, algunos "compañeros" de sueño como son los peluches o muñecos... todo para ver si su hijo se anima y duerme de una vez por todas... solito.

Cambiar a un bebé de la cuna, y en algunos casos de la cama de los padres, a la cama, parece sencillo, pero quien ya pasó por esta experiencia, puede que no lo vea tan simple así. Con mi hija, su padre y yo hemos utilizado muchas técnicas. Al final lo conseguimos, aunque no fue nada fácil. Le compramos la cama, con su barandilla para evitar que ella se cayera, un osito de peluche al cual le dimos el nombre de sueño, le regalamos incluso una lámpara que emitía imágenes en el techo mientras sonaba una música tranquila. Con un pijama, también nuevo, mi hija se acostó. Eso sí, me pidió que se quedara un ratito con ella y yo lo hice. Hablamos un poquito, le conté un cuento, le puse la lámpara, ella agarró a su "sueño", le di muchos besos, y al cabo de un rato, ella se durmió. Me fui y respiré.

En estos momentos parece que nos olvidamos de respirar... Todo parecía que había funcionado hasta que de repente, cuando el silencio reinaba en el hogar, desde mi cama escucho a mi hija decir: "mamá, ven". Como jamás he sido defensora de los métodos que nos obligan a dejar llorar a los niños hasta que se duerman, me fui. Me dijo que no tenía sueño, que quería que yo estuviera allí con ella. Bueno, le hice un masaje, un cariño y cuando ella se durmió, me fui de puntillas, y así una y muchas noches.

Esta rutina duró unas semanitas hasta que un día decidí hacer un trato con mi hija. Que en una noche sí y en otra no, yo me dormiría con ella. Le compré una margarita, la pusimos en un jarrón y le dije que la deshojaríamos juntas y que con cada pétalo que quitásemos tendríamos que asumir un orden "me duermo solita" y "no me duermo solita". Claro que yo ya había calculado que el último pétalo de la margarita sería "me duermo solita". Pues mi hija, que siempre ha sido tan determinada, lo llevó a rajatabla.

Así fue como ella, poco a poco, fue acostumbrándose a dormir en su cama, solita. No me preguntes por qué, pero el caso es que con eso ¡hemos dado en el clavo! Y no ha sido necesario deshojar a más de una margarita.

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