Cuándo los apodos de los niños se convierten en bullying o acoso escolar

Cómo actuar cuando tu hijo o uno de tus alumnos es víctima de bullying por los motes que le dicen

Borja Quicios, Psicólogo educativo
En este artículo
  1. Las consecuencias de los motes o sobrenombres en los niños
  2. El momento en el que los apodos de los niños empiezan a ser bullying
  3. Qué podemos hacer ante esta situación

Los apodos son aquellos sobrenombres que se utilizan para referirse a otros centrándose en alguna característica en particular. Estos aparecen sin ninguna intención ofensiva pero, generalmente, acaban molestando a los que los que los reciben porque suelen basarse en etiquetas que resaltan defectos físicos o de comportamiento, llegando a ser degradantes. 

Cuando se utilizan los apodos para referirse a otros de forma agresiva, y se hace manera continua, puede considerarse que este tipo de conducta es acoso escolar. Por eso, los padres y profesores debemos saber cuándo los apodos de los niños se convierten en bullying para estar muy atentos. 

Las consecuencias de los motes o sobrenombres en los niños

El momento en el que los apodos de los niños se convierten en bullying

Muchas veces este comportamiento no obedece a ninguna motivación específica del acosador hacia el acosado, pero lo cierto es que da lugar a consecuencias negativas y, en ocasiones, desmedidas debido al efecto 'bola de nieve' que se produce si no se interviene antes. Estas son:

1. Baja autoestima
Los apodos generan una identidad. Los niños comienzan a tener una imagen de sí mismos distorsionada y dañada.

2. Fracaso escolar
Los niños que son acosados pierden el interés por los estudios y evitan ir al colegio.

3. Adquieren fobias
Miedo a todo: dormir solo, salir de casa, etc.

4. Depresión
Los niños comienzan a sentirse mal y a no confiar en nadie.

5. Actitud pasiva
No les importa nada ni nadie.

6. Cambios constantes en su estado de ánimo
Pesadillas, terrores nocturnos, etc.

El momento en el que los apodos de los niños empiezan a ser bullying

Los estudios demuestran que un gran número de niños sufren acoso escolar o bullying de manera constante, pero la mayoría de los casos aún pasan inadvertidos.

Muchas veces se omiten escenarios de acoso escolar cuando se dan situaciones en las que se usan apodos. Y es que, por lo general no se diferencia cuándo se utilizan los apodos para bromear y cuándo se utilizan para humillar al otro. Cuando se hacen bromas, se está utilizando como una herramienta de intercambio social. Es una manera en la que los pequeños aprenden a enfrentarse y a saber gestionar las críticas constructivas.

Cuando las bromas tienen carácter afectivo, estas ayudarán a enfrentar las críticas de una forma positiva, además de crear vínculos. Las bromas también se utilizar para influenciar en el otro. De esta manera se va modelando el comportamiento del grupo al que los niños pertenecen. Este tipo de guasas son inofensivas y su único objetivo es el de la comunicación.

El problema viene cuando se confunde la broma con el acoso verbal. En este caso, ya no será una forma de relacionarse o crear un grupo de amigos. Será lo contrario. El objetivo será herir a la 'víctima' y hacer sentir al acosador con más poder.

Todo empieza con una broma de carácter negativo. Si el chiste molesta a la 'víctima', el que la hace, es decir, el 'bromista' suele parar. Pero, si la broma persiste, se repite en el tiempo y la intención es la de intimidar, la broma pasará inmediatamente a ser considerada como acoso.

Qué podemos hacer ante esta situación

Es importante que exista un ambiente positivo que tenga que ver con la comunicación de emociones. Es decir, que se favorezca la escucha activa y la empatía para poder establecer una base sólida para enfrentar los conflictos que se puedan dar.

Para ello, tanto los pequeños como los adultos de su entorno deben de llevar a cabo unas recomendaciones.

Los niños deben:

- Mostrar respeto hacia los demás, y exigir lo mismo de vuelta.

- Marcar límites con sus iguales.

- Aprender a manejar sus emociones para que se dé una buena convivencia con los demás.

- Trabajar la autoestima. Saber que no se es ni mejor, ni peor que el resto.

Los adultos de su entorno deben:

- Ser ejemplo, no dirigirse a los niños con etiquetas y apodos que no les gusten.

- Ayudar a que trabaje la autoestima. La mayoría de las veces los apodos se ponen en referencia a defectos físicos del otro. Si esto ocurre, los adultos deben hacerle entender al niño que él y su personalidad son muchos más que una descripción física.

- Ayudar al niño a ser asertivo. Es decir, a defender sus derechos sin imponer nada a los demás.

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